martes 19 de marzo de 2024 - Edición Nº3650

Interés general | 30 nov 2019

Opinión

Sobre esos pequeños recuerdos que hacen lo que somos

Con motivo del cierre de una tradicional y barrial panadería platense, se dispara en el autor una breve reflexión sobre las necesidades, el placer y la pérdida.


“…lo más cerca que hay, es la panadería…”
Jaime Ross

Hoy sábado 30 de noviembre cierra la panadería “Santa Teresa”, ubicada en Diagonal 77 esq. 4, en la ciudad de La Plata. Estuvo abierta durante los últimos 60 años. 

Hoy abrió sus puertas por última vez debido al cansancio de sus dueñas, dos mujeres muy agradables, atentas y simpáticas que parecían comprender lo que le pasaba a quien estuviera del otro lado del mostrador. 

Durante mis años de estudiante, donde no abundaba el dinero ni la comida casera y rica. Uno de los pocos lujos que uno podía darse de vez en cuando, eran los sanguches de milanesa que vendían estas dos mujeres en su panadería. Ya mis tiempos de estudiante pasaron, por suerte puedo comer comida casera y rica, sin embargo esos sanguches siempre guardaron un lugar especial en mis recuerdos. No falto ocasión que al pasar por la puerta dijera a quien me pudiera escuchar: “No sabes los sanguches de milanesa que hacen en esta panadería”. Pan blando, liviano, aireado. Milanesa de buena carne, con el empanado justo, fritas, siempre frescas. Lechuga, ¡cortada finita!, no hojas enteras lo cual siempre me resulto un despropósito. Tomate y mayonesa. Tal vez también, en tiempos de bonanza una o dos fetas de queso.

Alguna vez escuche decir que “el mejor camino para llegar al corazón es el estómago”, así esta panadería y sus dueñas llegaron al mío.

Ayer me enteré por el periódico que sería el último día de este negocio, no dudé en ir. El ambiente que se respiraba era emotivo, todo tenía un sabor particular, cada conversación estaba plagada de anécdotas y afecto. Todos allí adentro estábamos conmovidos. Los clientes y los dueños.

Llegó mi turno y le pedí a quien me atendió dos sanguches de milanesa. Le conté mi historia. Era la hija de una de las señoras y nieta del fundador. Se la notaba emocionada. La muchacha me dijo: “sos un privilegiado, te llevas los últimos dos”. A mí se me llenaron los ojos de lágrimas. Hice fuerza para no llorar. 

Nuestras vidas están llenas de recuerdos que pueden parecer pequeños pero que son los que nos hacen quienes somos. Cada uno de ellos hace nuestra historia. Si al fin... no somos más que un rompecabezas de recuerdos. 

A partir de hoy, hay algo que ya no podré recuperar y así es la vida.

¿Se puede llorar por que cierra una panadería?

Claro que se puede.-

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