jueves 28 de marzo de 2024 - Edición Nº3659

Política | 31 mar 2017

Opinión

Alfonsín padre de la democracia, para siempre

Su legado está no solo en sus discursos y en sus acciones como presidente y después como líder indiscutido de la Unión Cívica Radical. Está, fundamentalmente en su conducta, en la decisión que mantuvo siempre con firmeza, desde el ejercicio del poder, de no apartarse ni un ápice de lo que había propuesto realizar si el pueblo, como finalmente ocurrió el 30 de octubre de 1983, lo elegía como presidente.


Por Jorge “Cacho” Novillo (*)
Especial para ANDigital


Un día como hoy, 31 de marzo, pero de hace ocho años, el país se conmovía ante el fallecimiento de Raúl Ricardo Alfonsín, el presidente de la Nación ungido por la voluntad popular, tras siete años de la más atroz dictadura que recuerde la historia de la Argentina.

Con Alfonsín, en 1983, la ciudadanía recuperó la vigencia de la democracia, lo que vale tanto decir como la vigencia de la Constitución Nacional y las leyes que emanan de su ejercicio.

El pueblo argentino tuvo una reacción inequívoca cuando en la noche de aquel 31 de marzo de 2009 conoció que el corazón de aquel hombre que había conducido la transición democrática se había apagado

¿Y cuál fue esa reacción? El dolor por la pérdida de un hombre, de un político sin mácula, de honestidad probada, que desde el gobierno debió reconstruir el tejido social del país en medio de una crisis económica y social de enormes dimensiones y que se había propuesto como meta sentar las bases para que la democracia jamás volviese a perderse en la República.

Es que cuando asumió como presidente de la Nación, el 10 de diciembre de 1983, la Nación dejaba atrás más de 50 años de inestabilidad política e institucional, con breves gobiernos democráticos ‘tumbados’ por sucesivos golpe de Estado perpetrados por las Fuerzas Armadas que, en cada caso, habían contado para su irrupción en el poder con el beneplácito de sectores ligados a distintos resortes de poder que defendían intereses ajenos a la los de la mayoría del pueblo argentino.

Alfonsín, ya nadie lo discute, cumplió su misión y entregó los atributos de mando a otro presidente elegido a través del voto popular en 1989.

Pero tampoco, ni aún durante el ejercicio de la presidencia y después, nadie pudo poner en tela de juicio su honradez, su condición de demócrata cabal, su irrenunciable determinación de poner por encima de los intereses partidarios, y mucho menos personales, los del conjunto de la ciudadanía que, ante su muerte, se volcó a las calles, llegó hasta el Congreso de la Nación y aguardó pacientemente su turno para pasar por la capilla ardiente para darle su último adiós.

¿Y quiénes desfilaron ante los restos de aquel presidente? Los radicales y los no radicales, los ciudadanos, sin distinción de pertenencias partidarias, para rendirle el homenaje a aquel hombre que el día que asumió, desde el Cabildo de Buenos Aires, supo decirle al pueblo reunido en la Plaza de Mayo y que pudo verlo y escucharlo a través de la radio y la televisión de todo el país que se constituía en el “más humilde servidor” del pueblo argentino para procurar alcanzar los sueños de aquella sociedad argentina que recuperaba la libertad de la mano de la reinstauración de la democracia. Después, el pueblo inundó las calles y acompañó hasta su última morada.

El legado de Alfonsín está no solo en sus discursos y en sus acciones como presidente y después como líder indiscutido de la Unión Cívica Radical. Está, fundamentalmente en su conducta, en la decisión que mantuvo siempre con firmeza, desde el ejercicio del poder, de no apartarse ni un ápice de lo que había propuesto realizar si el pueblo, como finalmente ocurrió el 30 de octubre de 1983, lo elegía como presidente.

Por su conducta, honradez, fortaleza frente a la adversidad, empeño sin desmayo por devolver a los argentinos la paz y la vida, después del terror que había sembrado la dictadura, por haber sentado las bases de una “Democracia para Siempre” los argentinos evocan, cada 31 de marzo, la imagen de Raúl Alfonsín con tristeza y añoranza pero también con un enorme agradecimiento por su lucha incansable en favor del conjunto de la sociedad que lo bautizó como el “Padre de la Democracia”.

Alfonsín sabía que lo peor que podía pasarle a los argentinos era que se reiterasen viejas luchas estériles entre los argentinos, lo que habían caracterizado a país en el pasado. Tal vez, al cumplirse un nuevo aniversario del día en que su corazón se apagó, convenga recoger su convocatoria al pueblo para cerrar filas en defensa de los valores más trascedentes del ser humano, de procurar desde la política atender las necesidades de los que menos tienen, de los que más necesitan, de, por más legítimas que sean, las aspiraciones personales.

Quizás, si determinadas circunstancias generan en el ciudadano confusión o desasosiego, lo más recomendable sería volver a repetir como lo hizo Alfonsín tantas veces aquello que conjuga los sueños y los anhelos de cualquier argentino de bien como es el preámbulo de la Constitución. Y entonces preguntarse por qué marchamos, por qué luchamos y responderse: Que marchamos, que luchamos “… para constituir la unión nacional, afianzar la Justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que deseen habitar el sueldo argentino…”.

 

(*) Dirigente de la Unión Cívica Radical de la provincia de Buenos Aires

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