viernes 26 de abril de 2024 - Edición Nº3688

Política | 30 mar 2019

A 10 años de su fallecimiento

Alfonsín vuelve al recuerdo de los argentinos como el “padre de la democracia”

Tuvo como premisa cumplir con las promesas que había hecho como candidato y, entre ellas, emergía con fuerza aquella que se transformó en el tiempo en uno de los íconos de la historia argentina: el llamado Juicio a la Juntas Militares.


Por Jorge “Cacho” Novillo (*)

Hace 10 años, el 31 de marzo de 2009, moría Raúl Alfonsín. La ciudadanía de todo el país se conmovía.

Los argentinos despedían a quien ya reconocían, por encima de cualquier pertenencia política, a un político de enorme envergadura, demócrata cabal, a ese hombre de probada honestidad y, a la vez, a quien por el voto popular había llegado a ejercer el cargo de Presidente de la Nación.

El pueblo argentino despedía al hombre que representada la recuperación de la democracia en la Argentina después de siete años de dictadura, la más atroz que reconozca la historia política e institucional del país. Ese político de raza, Raúl Alfonsín, era quien le había garantizado a los argentinos el retorno al imperio de las libertades públicas y a la Argentina el estado de derecho; aquel que había desde el llano entregado su vida en defensa de los derechos humanos en tiempos difíciles para el país y que, cuando asumió como Presidente, tuvo como premisa cumplir con las promesas que había hecho como candidato y, entre ellas, emergía con fuerza aquella que se transformó en el tiempo en uno de los íconos de la historia argentina: el llamado Juicio a la Juntas Militares.

Pero en esa trascendente búsqueda de la Verdad y de la Justicia, Alfonsín, en su carácter de Presidente, sólo hizo lo que debía hacer un Presidente democrático y que fue nada más y nada menos que garantizar la independencia de la Justicia y que ella actuara y determinara responsabilidades en torno a aquel genocidio cometido bajo el terrorismo de Estado.

Al recordar aquel histórico juicio no puede ser soslayado el apego irrestricto, como no podía ser de otra manera, a lo establecido en el Código Penal con el que actuó el tribunal, al momento de dictar sentencia condenatoria, y que estuvo integrado, entre otros, por el entonces juez Ricardo Gil Lavedra, tanto como ha quedado en la memoria colectiva de la sociedad la actuación y el alegato final del fiscal Julio César Strassera. Y hubo, además, un jalón previo en la inquebrantable decisión de hallar Verdad y Justicia, que fue el Informe “Nunca Más” elaborado por la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (CONADEP), presidida por Ernesto Sabato y que integraban, entre otros, el actual vicegobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Salvador. Aquella tarea fue piedra angular del “Juicio a las Juntas” de la última dictadura.

Alfonsín, en ese camino, no se quedó allí. También hizo lo que debía hacer para que fueran ante los estrados judiciales aquellos que habían integrado las organizaciones guerrilleras que siguieron el camino de la violencia para intentar imponer sus ideas. En un país, quebrado en su tejido social, con un Estado que había sido devastado, emprendió la ciclópea tarea de poner en marcha políticas destinadas a procurar mitigar las necesidades de los sectores más vulnerables y, al mismo tiempo, avanzó decididamente en políticas dirigidas a garantizar la educación y la salud.

El plano económico y social fue el más complejo que debió afrontar en su gestión como Presidente. Encontró una cerrada acción de sectores financieros poderosos que querían proteger sus intereses y no trepidaron en ejercer todo tipo de presiones que Alfonsín resistió por todas las vías en el entendimiento que no debía hacer concesiones que implicaran efectos nocivos para los sectores más necesitados de la sociedad.

La memoria colectiva nos retrotrae a las maniobras de esos sectores que derivaron en innumerables corridas cambiarias y lo que, en 1989, cuando Alfonsín transitaba el final de su mandato presidencial, se conoció como un “golpe financiero”.

Por su parte, la oposición política que, en particular, estaba hegemonizada por el peronismo, tuvo posiciones duales, excepto cuando la democracia supo estar en riesgo en la recordada sublevación de militares “carapintadas” de Semana Santa de 1987 ya que entonces asumió la determinación de rodear a Alfonsín y alinearse decididamente con la defensa de la democracia.

Pero, después, el justicialismo volvió al ataque con el único propósito de recuperar el poder del que creía ser dueño y que sentía le había sido arrebatado en 1983 sin comprender que fue la ciudadanía la que había adoptado seguir el camino que propiciaba el líder radical. Nadie olvida los 13 paros generales que llevó adelante la CGT convertida en “ariete” del justicialismo para intentar debilitar al gobierno y atesorar el sueño de retornar al poder en las elecciones de 1989.

Alfonsín gobernó en medio de la esperanza de una sociedad que veía en él a un hombre decidido a consolidar la democracia y, sin duda, lo logró al entregarle los atributos presidenciales a otro Presidente elegido por la voluntad popular en 1989. Pero, también, sufrió la incomprensión de aquellos que sólo se propusieron defender sus intereses por encima de los del conjunto de la población.

Cuando retornó al llano, Alfonsín siguió con su prédica en procura de lograr una democracia sólida que fuese dando respuestas a las demandas de la sociedad

Pero ya no es tiempo de repasar la gestión de Alfonsín como Presidente. Es tiempo de evocarlo, rendirle una vez más homenaje como aquel que le tributamos los radicales de Tres de Febrero, en 1997, al bautizarlo “Padre de la Democracia”, algo en que todos los argentinos, después, coincidirían, al comprender que su figura estaba emparentada con aquella epopeya de la recuperación de la democracia en 1983. Recuerdo el alto honor que significó, en lo personal, entregarle la distinción a Raúl Alfonsín en carácter de presidente de la UCR en nuestro distrito del conurbano bonaerense.

Todo el radicalismo de Tres de Febrero fue “protagonista” de aquel momento.

El corazón de Alfonsín, hace 10 años, se apagó. Lo que nunca se apagará es su legado, sus ideales, que permanecen incólumes. Quizás lo mejor sea, además de recordarlo, procurar aunque más no sea imitarlo en la acción política en procura de construir una Argentina más igualitaria.

(*) Referente de la UCR de Tres de Febrero.-

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