

El primer tranvía, en 1863, era tirado por caballos; en 1897 circuló el primero eléctrico; en 1963 dejó de utilizarse como medio de transporte público en Buenos Aires; su época de auge fue entre las décadas de 1920 y 1940 y es ecológico, porque no emite gases de efecto invernadero. Ahora, el Gobierno de la Ciudad analiza la posibilidad de reincorporarlo en el microcentro porteño.
Raúl Bernater lanza toda esa información con una sonrisa en la esquina de Emilio Mitre y José Bonifacio. Es integrante de la Asociación Amigos del Tranvía, miembro de la comisión directiva, mótorman y muchas cosas más, pero, por sobre todas las cosas, un apasionado por el transporte que transitó durante 100 años por las calles porteñas.
Su público, un grupo de treinta personas, es de todas partes del mundo –hay vecinos de la Ciudad y turistas de Brasil, Chile, Alemania, Inglaterra y Luxemburgo- y de todas las edades. Raúl resalta que vienen familias completas: “Los abuelos quieren que sus hijos y sus nietos conozcan de qué manera viajaban cuando eran jóvenes”, puntualiza.
La Asociación Amigos del Tranvía es una agrupación de voluntarios que se fundó en 1976. “Eran entusiastas que querían retomar el legado del tranvía que durante 100 años había circulado en la Ciudad de Buenos Aires, con la idea de recuperar el patrimonio tranviario argentino”, se explaya el socio 536.
Cuatro años después de su fundación, la Asociación sacó a la calle su primera unidad. En el Taller Polvorín, donde dormían todas las noches las históricas formaciones de la Línea A del subte, hacen el mantenimiento y la restauración de una veintena de coches. Ocho de ellos son los que, alternadamente y con el visto bueno del equipo de mecánicos, salen a hacer un paseo turístico. “Conservamos en las condiciones originales todas las unidades, teniendo en cuenta que muchas de ellas tienen cien o más años de antigüedad”, asegura Raúl.
El que gira por las calles de Caballito llegó desde Oporto, Portugal, y tiene 96 años, según relata Nicolás, otro mótorman de la Asociación. Allí se utilizaban los mismos coches que transitaban por Buenos Aires. Alberto cuenta en voz baja, como si fuera un secreto, que no es exactamente idéntico: este es un poquito más angosto. “Tal vez porque las calles son más estrechas allá”, arriesga.
Por fuera es amarillo claro y, desde sus ventanillas, celebra el cumpleaños 203 del barrio que lo acoge. Adelante y atrás están las cabinas en las que van el mótorman y el guarda, encargado de avisar si hay algún impedimento para circular.
En las dos puntas hay campanas por las que se comunican los operarios y unas puertas corredizas los separan de los pasajeros. Por dentro, la madera oscura y barnizada abraza los asientos de cuero marrón. Un poco más arriba, unas cartulinas dan más detalles de la unidad: que arribó a la Argentina en 1982 y que un año más tarde, remodelación mediante, la Asociación la puso en funcionamiento. “En otros lugares del mundo, los tranvías históricos están recluidos en parques y nosotros seguimos circulando en la calle”, destaca Raúl.
El recorrido es gratuito y va por Emilio Mitre, Avenida Rivadavia, Hortiguera y Avenida Directorio. Son veinte cuadras y entre 20 y 25 minutos sobre uno de los coches que transitaron por la Ciudad. Se puede hacer todos los domingos a la mañana, de 10 a 13, y, durante la tarde, el horario depende de la estación del año: en verano, funciona sábados, domingos y feriados, de 17 a 20.