

La enfermedad de Fabry es una enfermedad genética causada por la deficiencia (total o parcial) de una enzima llamada alfa-galactosidasa A (α-Gal A) cuya función es degradar un lípido (globotriaosilceramida, Gb3 o GL3).
Esto lleva a la acumulación de estos lípidos en una parte de la célula (los lisosomas), alterando el funcionamiento y relación entre las mismas, generando daño en distintos órganos, especialmente en el cerebro, el corazón y el riñón.
“Son pacientes que pueden tener un accidente cerebrovascular (ACV) a edad temprana, miocardiopatía hipertrófica o ‘corazón grande’, insuficiencia renal y necesitar diálisis aproximadamente a los cuarenta años”, explica Fernando Perretta (MN 102.695), médico nefrólogo, clínico e intensivista.
Hay dos formas de enfermedad de Fabry: su forma clásica, que aparece en la niñez y su forma tardía que aparece en la edad adulta. La detección temprana en la infancia es clave para mitigar los efectos a largo plazo de la enfermedad. Generalmente, el diagnóstico en la niñez se realiza a través de la identificación por parte del pediatra de algunos signos y síntomas específicos. Si bien pueden variar, los más comunes incluyen: dolor crónico en las palmas de las manos y pies, aparición de angioqueratomas (manchitas en la piel de color rojo oscuro), disminución o falta de sudoración y trastornos digestivos con dolor abdominal y diarreas recurrentes.
En su forma tardía las manifestaciones aparecen a partir de los 30 o 40 años y su diagnóstico, en general, se presenta cuando la enfermedad ha avanzado y ha complicado la función de ciertos órganos como el corazón o el riñón.
“La calidad de vida de los pacientes comienza desde muy temprana edad a verse afectada. De no intervenir con tratamientos específicos para la misma, la expectativa de vida se acorta drásticamente”, acota el doctor Norberto Antongiovanni (MN 91.600), especialista en Medicina Interna y Nefrología del Instituto de Nefrología de Clínica Pergamino.
El daño renal es una de las complicaciones más graves de la enfermedad de Fabry. La acumulación de estos lípidos en el riñón puede llevar a una insuficiencia renal con necesidad de diálisis o trasplante.
“En un estudio local determinamos que el 50 % de los pacientes son diagnosticados por médicos nefrólogos. Tenemos una población que vemos tres veces por semana al hacer diálisis, por lo que es más sencillo para nuestra especialidad que para el cardiólogo o el neurólogo”, describe el doctor Perretta, director médico NEFRA Medical Care Escobar y médico coordinador del Servicio de Terapia Intensiva y Nefrología del Hospita Erill de Escobar.
La enfermedad cardíaca es otra de las complicaciones importantes de la enfermedad de Fabry. “Si bien puede confundirse con otras afecciones, hay “banderas rojas” que nos permiten identificarla. Hubo mucha divulgación científica en nuestro ámbito y estrategias que se llevaron adelante como la pesquisa en pacientes con miocardiopatía hipertrófica o hipertrofia ventricular izquierda de causa desconocida, dado que el uno por ciento de estos pacientes suele ser Fabry”, detalla el doctor Gustavo Cabrera (MP 57.362), médico cardiólogo, responsable del Departamento de Enfermedades Lisosomales del Centro Médico Santa María de la Salud de San Isidro.
Historia y avances en el diagnóstico y tratamiento
“Si bien la enfermedad fue descripta a finales del siglo XIX, había muy poca información sobre ella en los libros de clínica médica. Con la aparición de un tratamiento específico, aumentó la investigación y la información disponible sobre esta enfermedad poco frecuente”, suma Cabrera.
La enfermedad de Fabry es una de las consideradas enfermedades poco frecuentes (EPOF), definidas como aquellas patologías cuya prevalencia en la población es igual o inferior a 1 persona cada 2000 nacidos. Algunas estimaciones afirman que la enfermedad de Fabry alcanza en el país a los 1.200-1.500 pacientes.
“No se diagnostica lo que no se conoce o aquello en lo que no se piensa”, recuerda el doctor Perretta como una frase de cabecera, y agrega que “al ser una enfermedad poco frecuente y sus síntomas inespecíficos, muchas veces no se piensa para el diagnóstico y es por esto que la odisea diagnóstica puede llegar incluso a las dos décadas”.
La mejora en los diagnósticos ha sido clave, y el avance en las pruebas genéticas y los métodos de detección precoz han permitido una mayor identificación de casos.
“El diagnóstico puede realizarse buscando la enzima faltante o deficiente en sangre con un análisis muy sencillo. También puede recurrirse, especialmente en las mujeres por ser una enfermedad ligada al cromosoma X, a un estudio molecular investigando el gen que codifica esta enzima. Hoy sabemos que hay más de 1.200 variantes genéticas causantes de la enfermedad y pueden comportarse de forma diferente”, explica Perretta, miembro del Grupo de Enfermedades Renales Raras y Hereditarias de la Sociedad Argentina de Nefrología.
La enfermedad se transmite a través de uno de los padres a sus hijos. En las mujeres el doble cromosoma X permite que puedan ser pacientes sintomáticas o asintomáticas. En el caso de los hombres que heredan ese cromosoma X mutado, son siempre sintomáticos. Una vez realizado el diagnóstico de un paciente o “caso índice”, es fundamental la búsqueda de otros casos dentro del árbol genealógico familiar.
“Al ser una enfermedad hereditaria, es importantísimo evaluar a toda la familia a partir de un primer diagnóstico. Esto permitirá la identificación de otros familiares asintomáticos o con síntomas leves y así poder brindarles de forma temprana un acceso a un diagnóstico y tratamiento que les permitirá un mejor pronóstico a largo plazo”, sostiene el doctor Antongiovanni.
“El proyecto de árboles genealógicos permitió identificar un mayor número de casos, sextuplicando la cantidad de pacientes identificados luego de un año de trabajo. Resultando en una forma muy eficaz para diagnosticar pacientes entre los miembros de la familia, que de otra forma podrían pasar años buscando un diagnóstico”, recalca Cabrera.
La existencia de un tratamiento para esta enfermedad es relativamente nueva y se remonta a la década de 2000, con la aprobación de las terapias de reemplazo enzimático (TRE). “En nuestro país tenemos dos tipos de tratamientos, el endovenoso, que consiste en darle la enzima faltante cada dos semanas y la terapia oral, en días alternos, únicamente para determinados pacientes con funcionalidad deficiente de la enzima (menos del cuarenta por ciento de los diagnosticados), amplía Perretta.
En Argentina se ha desarrollado el primer biosimilar de una de las terapias de reemplazo enzimático: la agalsidasa beta del Laboratorio Biosidus. Este producto será el primer biosimilar de Argentina y Latinoamérica.
“Esto demuestra que cuando existen oportunidades podemos competir con las grandes potencias. Este desarrollo va a ser muy importante, no solo para Argentina, sino para otras partes del mundo donde el acceso al tratamiento está restringido por su alto costo económico. Por tratarse de medicamentos muy específicos destinados a pocos pacientes, todas las terapias para las enfermedades poco frecuentes requieren años de investigación, complejos estudios previos, y una elevada inversión. La posibilidad de contar con un producto biosimilar que nos asegura la misma eficacia y seguridad, va a permitir mayor competencia y más gente podrá acceder al tratamiento”, afirma el doctor Antongiovanni.
El Estudio de Fase III SMILE destinado a demostrar la biosimilaridad de la agalsidasa beta de Biosidus, se realizó íntegramente en el país, con pacientes argentinos, en centros de investigación de las provincias de Buenos Aires, Córdoba y La Rioja. Los doctores Perretta, Cabrera y Antongiovanni fueron parte de este estudio.