

Por Omar López Mato (*)
Poco antes del nacimiento de su hijo Franz Xaver, un misterioso hombre vestido de negro le encargó a Wolfgang Amadeus Mozart la composición de un réquiem, sin revelar su identidad.
Aunque prometió volver en un mes, Mozart, ocupado con el estreno de La clemenza di Tito, no pudo avanzar en la obra.
Al cumplirse el plazo, el desconocido regresó, y Mozart, impresionado por su presencia, interpretó el encargo como un presagio de su propia muerte. Finalmente, el réquiem terminó siendo para su propio funeral.
La medicina argentina, al igual que el Réquiem de Mozart, carece de Sanctus y Benedictus, pero tiene un claro Agnus Die (Cordero de Dios) y un prolongado Dies Irae (la ira de Dios).
Durante años, el sistema de salud argentino ha sostenido un esquema burocrático, asimétrico y descontrolado, perpetuando la ilusión de un idílico estado de bienestar.
Este sistema, con multiples superposiciones administrativas, es financiado cuatro veces por el bolsillo del paciente.
1- A través de sus impuestos, para mantener un sobrecargado y casi heroico sistema público.
2- Por medio de un sistema de obras sociales sindicales de estructura anárquica duplicada y manejo ineficiente.
3- Por aportes adicionales cuando esas obras sociales no brindan soluciones adecuadas
4- Mediante el pago de prepagas, que intentaron llenar ese vacío con propuestas que no siempre respondieron a las necesidades de los pacientes ni a los vertiginosos avances de la medicina, impulsadas por la génica y, habría que decir también, por la inteligencia artificial (aunque quien suscribe se mantiene escéptico frente a los milagros que anuncian los futurólogos).
Los costos crecen de manera exponencial, a veces por razones tecnológicas, otras por ambiciones desmedidas. Las remuneraciones, en cambio, lo hacen muy por debajo de la inflación.
Sólo en el último año, la inflación fue de un 70 %, los aumentos que otorgaron los gerenciadores llegaron al 60 %, y el de los prestadores –los trabajadores del esquema de salud– apenas alcanzaron un 40 % en el mejor de los casos. Si a esto agregamos el desfasaje acumulado de los últimos 20 años de inflación descontrolada y medidas arbitrarias, el abismo entre costos y remuneraciones es muchísimo mayor. Estos son los acordes iniciales del réquiem.
La crisis del sistema es tan profunda y sus proyecciones tan funestas que tanto las autoridades, como los gerenciadores y prestadores han caído en una inercia paralizante. Repiten los mismo esquemas esperando resultados distintos (lo que Einstein definía como la más perfecta estupidez). Todos parecen paralizados, esperando una solución mágica de la tecnología: una especie de realismo mágico cibernético.
En un esquema de economía liberal se espera que la ley de oferta y demanda resuelva los problemas del sistema de salud. Pero olvidan que la oferta y demanda, según el propio Adam Smith –quien, dicho sea de paso, se desempañaba como profesor de ética en la Universidad de Edimburgo–, solo era viable cuando las partes en pugna están en igualdad de condiciones. Si no, el método propicia abusos de posición dominante, que derivan en condutas arbitrarias y deben ser arregladas por la justicia o por instituciones reguladoras con capacidad de actuar como árbitros. Como la justicia solo dictará un fallo en 10 o 15 años, será apenas un recordatorio póstumo de la medicina nacional.
Mientras tanto, hay una clara intención de bajar los costos de salud, con medidas impuestas que se alejan del espíritu liberal. Las autoridades olvidan que, con sus impuestos, el Estado representa al menos el 30 % de la inversión en salud. Entonces, ¿por qué un sistema en crisis debe seguir pagando ingresos brutos, el impuesto más retrogrado e injusto que pueda imaginarse?
La salud mueve mucho dinero, pero da pocas ganancias –cuando no directamente pérdidas–. ¿Quieren una medicina barata? Pues bien: los gerenciadores han ajustado (al menos en parte) su régimen administrativo. Los prestadores, un año más tarde, siguen corriendo 30 puntos detrás de la inflación. Sin embargo, se siguen pagando las mismas tasas ¿Qué están esperando para reaccionar? ¿Qué los “Agnus Dei” liberen la “Dies Irea”?
¿Esperan que se desate un conflicto, que se suspendan prestaciones, que paralicen servicios para recién entonces entender que se necesita arbitrar en un conflicto?
De no entenderlo, sonarán cada vez más fuertes los acordes del réquiem.
(*) Miembro de la Cámara de Medicina Oftalmológica