

El escritor Rafael Ton acaba de lanzar de forma independiente la tercera edición de El síndrome Doña Florinda, referenciado en el personaje interpretado por Florinda Meza en la mítica vecindad del Chavo y una hipotética vecina argentina, para analizar el proceder y las opiniones recurrentes de un sector de la sociedad, sobre todo, a partir del uso de las redes sociales.
“El personaje Doña Florinda se cree superior al resto de la vecindad, acusa de chusma a parte de sus vecinos y el basamento de su falsa superioridad podría ser, meramente, porque ella paga la renta a tiempo”, describe el autor.
En igual tono, puntualiza que “siempre se queja de su lugar pero no se muda” y entra a tallar “esa relación con su vecindad, su entorno, y la forma de ver el exterior”.
Rafael Ton, autor de Los colores del alma; Las sombras de Puerto Deseado, La Patria Gimnasista y Una cena sin Judas, entre otras publicaciones, explica que su nuevo libro nace de la admiración “por el universo creado por Roberto Gómez Bolaños, sumándole anécdotas personales con vecinos argentinos y también gracias a las publicaciones que se hacen en redes sociales”.
“Estas redes son una ventana que, en muchas ocasiones, desnuda criterios que antes se mantenían solapados y únicamente se podían saber en la intimidad familiar”, sentencia.
Existe un sector de clase media que cuando logra elevar su estándar de vida, rápidamente, manifiesta menosprecio por el resto de su “vecindad” y le molesta la posibilidad que el resto tenga oportunidades de progreso o bienestar.
Doña Florinda de Argentina presume que el contexto no importa y que a nadie le debe agradecer nada cuando le va bien. No tiene empatía con sus vecinos. Se desatiende de la historia de su país. En redes sociales defiende a los ricos que la ignoran y pide pena de muerte para el pequeño ladrón.
Cree y reproduce toda fake news si viene bien para lo que opina. Come guiso de lentejas pero eructa caviar. Todas sus metas se basan únicamente en su bienestar personal. Su idealización militante de lo europeo o norteamericano lo usa como subterfugio para no comprometerse con su propia comunidad.
Se adjudica desde su pedestal imaginario ser impoluta, merecer más de lo que tiene, trabajar más de lo que debería y tener tanta cultura y sapiencia que nadie puede engañarla. No le interesa el bien común, simula pero siempre brota su aporofobia y su egoísmo. Nunca se replantea sus opiniones.
Es pensionada, cobra aguinaldo extra todo los años, fue a la escuela en su barrio, recibió vacunas, su hijo asistió a una universidad sin arancel, tiene a su alrededor asfalto, construcciones, espacios verdes y hospitales gratuitos pero rebuzna en contra de su país y asegura que la política no le dio nada. En Argentina todos conocemos alguna (o alguno - un Don Fariseo - ya que esto no es una cuestión de género).