

A unos 400 kilómetros hacia el sudeste de la Provincia, entre sierras suaves y aire de campo, Balcarce no sólo es la cuna de Juan Manuel Fangio: también es la capital del postre.
Allí se celebra, cada invierno, la Fiesta Nacional del Postre, un evento que pone al clásico “postre Balcarce” como protagonista, pero también da espacio a todas las dulzuras que hacen patria en la sobremesa argentina.
Comenzó en 2004, como una promesa que luego rompería escalas. “La primera vez participé de la fiesta fue en 2010 y presenté un postre de moras en representación a las moras silvestres de Balcarce y en 2018 fui nombrada madrina de la fiesta”, contó Rocío Espinillo, madrina del evento en el que se reconoce como parte de la organización y el entusiasmo durante muchos años.
La ciudad se viste de pastelera y mousse, con stands repletos de tortas, confituras y delicias regionales. Se organizan concursos de repostería, clases magistrales con chefs reconocidos y degustaciones. Es una invitación a dejar la dieta en la puerta y entregarse a la tentación. Porque si hay algo que Balcarce entiende bien es que la felicidad, muchas veces, se sirve en porciones.
“Este evento tiene la particularidad de que cocina el postre más largo del mundo y este año será de 3 metros, es un desafío impresionante” , enfatizó Espinillo.
Durante tres días, Balcarce se convierte en la patria del merengue y el dulce de leche. Las calles cobran vida con la energía de cocineros y reposteros que, como alquimistas del azúcar, crean delicias ante los ojos del público, compartiendo secretos de batidores y hornos encendidos.
El predio de la Sociedad Rural, normalmente testigo de la calma del campo, se torna hervidero de colores, texturas y sabores, donde cada rincón parece contar una historia nacida entre capas de bizcochuelo. “Para mi es un orgullo estar disposición de este maravilloso evento, significa el tiempo y las ideas que tuvieron en cuenta”, agregó.
La Fiesta Nacional del Postre se realiza del 18 al 20 de julio. Este año, la celebración llega a su 21ª edición, consolidándose como la celebración más dulce del país. No hay uniformidad, no hay una sola receta. Hay diversidad, hay juego, hay herencias familiares que se reinventan. Se respira vainilla, se escucha el crujir del merengue al partirse, se ve el brillo del caramelo que se estira como un hilo de oro entre cucharas. La gente no solo pasea: deambula como quien busca un recuerdo, como quien se reconoce en los sabores de su infancia.
Y entre todas esas delicias, hay un protagonista indiscutido: el Postre Balcarce. Ese invento nació con humildad en una confitería del centro que, con los años, se volvió emblema. No es solo una suma de ingredientes (bizcochuelo, crema, dulce de leche, merengue, coco) es una armonía.
Es esa clase de obra que no busca llamar la atención, pero que, cuando la probás, te marca. En la fiesta, se lo homenajea en su forma más descomunal: una versión gigante que se arma entre decenas de manos como si fuera una bandera que se despliega...