

Por Carlos A. Sosa (*)
Los tipos de líderes que describo a continuación emergen de las observaciones, análisis y experiencias obtenidas en nuestro trabajo cotidiano como consultores y coaches en equipos gerenciales, tanto del ámbito empresarial como deportivo. A medida que avances en la lectura, quizás te preguntes si todos ellos merecen ser llamados “líderes”.
Ensayando una respuesta anticipada a esa duda legítima, diré que el liderazgo es una construcción continua, un recorrido dinámico. Y cuando tomamos una “foto” de alguien en un determinado momento de su vida profesional, es esperable encontrar habilidades para desarrollar.
Hoy, cuando hablamos de liderazgo 360, nos referimos a la integración entre habilidades duras y blandas, a la armonía entre razón y emoción, con el objetivo de generar un verdadero impacto. Al hablar de “tipos de líderes”, simplemente estoy trazando categorías que reflejan ciertos patrones de comportamiento y rasgos emocionales predominantes. Son marcos de referencia para identificar estilos, visualizar tendencias y servir como espejo para quienes están dispuestos a vaciarse y completarse en ese viaje desafiante hacia un liderazgo integral.
Los duros: entre la insensibilidad y la desconexión emocional
Duros insensibles: Aquí encontramos el costado más rígido y totalitario del liderazgo. Son los líderes que imponen, autoritarios sin apertura, fríos en el trato. Suelen despreciar al otro, actuando desde un ego inflado que esconde una gran inseguridad. Forjan vínculos asimétricos: no buscan desarrollar a su equipo, sino subordinarlo.
A menudo se sostienen en su poder económico o jerárquico, creyendo que eso define su valor, cuando en realidad son emocionalmente indigentes. Se manejan con base en el miedo, apelando a la degradación o a la amenaza para conseguir obediencia. Lideran con velocidad, sí, pero una velocidad impuesta por el temor, no por la inspiración. Su caída es inminente cuando aparece otro líder dispuesto a defender la dignidad y la libertad de su gente.
Duros sensibles: Son los “elefantes en el bazar”. Grandes, torpes, rústicos en su trato, emocionalmente analfabetos. No registran sus emociones ni las ajenas. Les cuesta conectar, empatizar, generar confianza.
Sin embargo, en contextos de necesidad o dolor ajeno, pueden reaccionar con la humanidad. No es que no tengan sensibilidad; simplemente no la tienen a flor de piel ni saben cómo gestionarla. Suelen tener un fuerte foco en los resultados, en los procesos, en el hacer. Son austeros en sus vínculos, poco expresivos, y tienden a reprimir sus emociones hasta enfermarse. En el mundo organizacional, los encontramos en sectores conservadores o estructuras tradicionales.
Se subdividen en dos perfiles: el duro operativo, más físico y del día a día, que evita la estrategia y rara vez innova; y el duro estratégico, que tiene visión y planificación, pero falla al no saber “vender” sus ideas, careciendo de carisma, conexión emocional y capacidad de persuasión.
Los blandos: cuando la flexibilidad se convierte en fragilidad
Blandos amorosos: Son líderes optimistas, empáticos y con gran apertura emocional. Confían, escuchan, generan climas armoniosos, pero pecan de ingenuos. Creen que todos son bien intencionados, y por eso, a menudo, terminan siendo vulnerables ante personas que no merecen su confianza. Les cuesta pedir, controlar o poner límites.
No dominan herramientas duras como los indicadores de gestión o la definición de objetivos. Son útiles en equipos autogestionados, en climas de bajo conflicto o cuando hay otros líderes que complementan con exigencia y claridad de rumbo. Son luz en lo vincular, pero necesitan desarrollar mayor astucia y liderazgo situacional.
Blandos inseguros: Son los que tienen el conocimiento, pero no la confianza para aplicarlo. No se animan a tomar decisiones, dudan, postergan. A menudo se esconden detrás de excusas como “necesito más información” o “aún no es el momento”, cuando en realidad lo que falta es autoestima. Su ego está en deuda, por lo que terminan poniéndose por debajo del equipo en lugar de pararse a la par.
En ciertos contextos, como equipos con alto ego o procesos que requieren horizontalidad, pueden resultar funcionales. Pero frente a situaciones críticas o cambios vertiginosos, su inseguridad puede frenar la velocidad y efectividad del liderazgo.
Blandos culposos: Son aquellos que viven sobrecargados por una culpa desproporcionada. Les cuesta delegar, exigir o simplemente pedir, porque sienten que están molestando. Suelen acumular tareas que podrían delegar, afectando su desempeño estratégico.
La culpa, bien calibrada, puede ser una fuente de responsabilidad y empatía. Pero en estos casos, la culpa es disfuncional y tiene raíces profundas —históricas, familiares o culturales— que operan como un freno silencioso. Son personas valiosas, con gran sentido de compromiso, pero necesitan trabajar esa carga interna para recuperar foco, energía y equilibrio.
Un espejo que incomoda, pero transforma
Si al leer este artículo te sentiste identificado con más de un perfil, no te preocupes: la confusión es una gran puerta de entrada a la transformación. Todos tenemos rasgos duros y blandos, luces y sombras. Lo importante es observarse sin juicio, con honestidad y apertura. El liderazgo es un proceso de evolución permanente, que requiere revisar nuestras emociones, creencias y comportamientos con humildad y coraje. Explorarte, conocerte y desafiarte es el inicio de un viaje que te invita a convertirte en un líder más consciente, completo y humano. Un líder 360. Que no solo sabe adónde va, sino también cómo quiere llegar y con quién. Te deseo un recorrido lleno de aprendizajes, vulnerabilidad valiente y frescura mental para habitarlo con presencia.
(*) Consultor especialista en Liderazgo. Contador. Magister en Administración de Empresas. Coach Ontológico. Especialista en Neurociencias. Autor del Libro “Liderazgo 360°”.