Cada 9 de julio, los argentinos recordamos el día que se declaró la independencia en 1816. Fue en Tucumán, en una casa que hoy es casi un símbolo nacional, cuando un grupo de representantes de varias provincias se juntó y firmó el famoso acta con la que rompían oficialmente con la corona española.
Pero no fue tan simple como decir “nos vamos”. Para llegar a ese punto, hubo años de peleas, idas y vueltas, y muchas discusiones sobre qué tipo de país querían construir. Algunos querían una monarquía, otros una república; unos preferían un gobierno central fuerte, mientras que otros defendían las autonomías provinciales. Todo eso mientras seguían las amenazas de que España intentara recuperar el control.
El martes 9 de julio de 1816, el Congreso reunido en Tucumán tomó la decisión. En el acta se dejó bien claro que las provincias ya no respondían más a los reyes de España ni a ninguna otra potencia extranjera. Fue un acto cargado de política, pero también de coraje, en un momento donde el futuro era bastante incierto.
Con el tiempo, esta fecha fue ganando peso y se transformó en uno de los feriados más importantes del país. Los actos oficiales, los discursos y los desfiles se repiten todos los años, y la Casa de Tucumán quedó como un lugar emblemático, que en 1941 fue declarado Monumento Histórico Nacional.
El Día de la Independencia no es solo una cuestión de historia. Es una oportunidad para recordar que, a pesar de las diferencias, en un momento hubo consenso para jugársela por un país libre y soberano.