

Por Jorge Asís (*)
Seis capítulos entretenidos inspirados en las peripecias del presidente transformador, Carlos Saúl Menem.
La serie “Menem” mantiene el mérito de ser fundacional. Resulta un aceptable producto de ficción televisiva, aunque roza con frecuencia la caricatura.
Se percibe en especial en el diseño de Domingo Cavallo.
Competía Mingo con Menem en materia de padrinazgo del “modelo de la Convertibilidad”.
Acontecimiento sustancial para interpretar la euforia inconcebible de los años 90.
Aquí Cavallo molesta al Menem de la serie casi tanto como lo irrita el coronel Mohamed Alí Seineldín.
Militar de ascendencia árabe que accedía a la patología del menemismo merced al entendimiento con la señora Zulema Yoma, magistralmente interpretada por Griselda Siciliani.
Del mismo modo que Mónica Antonópulos se luce en el rol de María Julia Alsogaray.
Atributos de la escenografía
Otro atributo de la escenografía consiste en el parecido que el estructurado Leonardo Sbaraglia logra con el Menem de lo que llaman “realidad”.
Pero lo rescatablemente interesante de la historia que narra Ariel Winograd es a través del inventado Olegario Ramos. Fotógrafo crítico, en principio, que luego acompaña a Menem en la campaña permanente como reportero personal.
Olegario brinda la oportunidad de destacarse a Juan Minujín, en el rol creíble del reportero gráfico absolutamente seducido por la sabiduría, la astucia y el carisma sabio de Carlos Saúl, el sensible que se rinde ante el sentido común.
Dos riojanos de vidas paralelas, con existencias diferenciadas. Pero que se entienden.
Miguel, hijo de Olegario, representa al típico frepasista de los 90.
Periodista cultural, estilo “woke”. Una suerte de Verbitsky en potencial que investiga corruptelas entre los negocios familiares. Hasta recibir, en efecto, una golpiza.
En cierto modo conmueve la historia de Olegario. Tanto como la del central Menem.
Carlitos. Al principio y al fin
La serie arranca como culmina. Con la muerte de Carlitos.
Espantoso accidente que Griselda Siciliani se obstina en calificar de asesinato.
Aquí se reproduce el sufrimiento de Alito Tfeli. Noble médico personal, extinto colaborador del Menem real. Pero la serie no muestra siquiera cinco minutos del doctor Tfeli.
Al comienzo de cada capítulo se aclara que algunos personajes están “ficcionalizados”.
Los productores responsables tienen el legítimo derecho de exhibir conductas defensivas ante la fila de cuestionamientos que ya realizan los entendidos e informados.
Ante “hechos” tan recientes, corresponden las impugnaciones inevitables.
Pese al tratamiento perimetral de las consignas con aroma a lugar común, este “Menem” merece verse.
Cuatro personajes
Para el próximo abordaje se recomienda detenerse más en aspectos de la trayectoria novelesca que en los accidentes coyunturales.
Ahondar en la influencia gravitante de cuatro personajes sustanciales que ayudarían a entender la magnitud del estadista.
Para acercarse a los detalles de la compleja personalidad, que se asocia a la simpleza del naturalismo.
En principio Eduardo, el Hermanísimo, eterno senador. Abogado de Carlos cuando estuvo preso en Las Lomitas.
El verdadero número dos de Carlos, durante los dos mandatos que sumaron diez años.
Otro es Ramón Hernández, la sombra irreparable. A su lado desde que “el jefe” despertaba.
Tercero, el imponderable Alberto Kohan, El Frate, canciller paralelo asociado al culto del misterio.
Supo Kohan traficar con “el encanto del enigma”.
Por último, la señora Ana María Luján. Avanzada del feminismo en La Rioja de los 60.
El apasionado amor que inició a Carlos en la superstición del peronismo.
Movimiento que, en efecto, lo asimiló. Hasta reproducirlo como uno de sus inapelables fenómenos culturales.
(*) Periodista y escritor