

Tenía apenas 33 años y pesaba menos de 40 kilos. Aun así, Eva Perón seguía siendo la “Jefa Espiritual de la Nación”, como la había nombrado el Congreso solo semanas antes de su muerte, el 26 de julio de 1952. Ese día, a las 20.25, la frase “ha entrado en la inmortalidad” se repetiría en todas las radios argentinas. Evita había muerto, pero ya era parte indeleble de la historia.
Su lucha contra el cáncer uterino había comenzado años antes, en silencio. Los primeros síntomas persistentes aparecieron en 1948, pero fueron atribuidos a cuadros de anemia o gripes recurrentes. Recién en 1951, tras una operación en el Hospital de Avellaneda, se confirmaría el diagnóstico: un cáncer avanzado, inoperable. Ella nunca lo supo. Su esposo, el presidente Juan Domingo Perón, eligió ocultárselo para no quebrar su espíritu combativo.
En ese mismo hospital, en noviembre de 1951, Evita emitió su voto desde la cama, en el primer sufragio nacional en el que pudieron votar las mujeres. Su imagen junto a la urna recorrió el país y fue símbolo de una conquista que ella misma había impulsado.
Durante sus últimos meses, desoyó las recomendaciones médicas. Habló en público por última vez el 1º de mayo desde el balcón de la Casa Rosada, sostenida por Perón, con 40 grados de fiebre. “Otra vez estoy en la lucha”, dijo. Quería seguir participando de la vida política y acompañar a su marido, aunque su cuerpo se resistiera.
El 4 de junio de 1952 fue vista en público por última vez. Acompañó a Perón en su acto de asunción como presidente reelecto. Debajo del tapado que la cubría, un armazón de madera la mantenía erguida. “La única manera de que me quede en esta cama es estando muerta”, había dicho cuando intentaron convencerla de no asistir.
Para julio, Eva ya dormía en un vestidor del General, con una ventana desde la que se veían los árboles. Quería estar cerca. “A mí me queda poco”, le confesó a su enfermera. Esa misma noche, también se lo dijo a su madre. A Perón le dejó una frase que marcaría su legado: “No abandones nunca a los pobres. Son los únicos que saben ser fieles”.
La mañana del 26, los médicos detectaron un pulso débil. A las 16.30 entró en coma. Perón, su madre y sus hermanos la acompañaron hasta el final. La enfermera que secó sus últimas lágrimas recordó que se fue “como dormida, en paz”. A las 20.25 se confirmó oficialmente su muerte.
El velorio de Eva Perón duró 16 días. Se estima que tres millones de personas pasaron a despedirla en el Ministerio de Trabajo. Luego, su cuerpo fue embalsamado por el tanatólogo español Pedro Ara, como ella había pedido. Su manicura, Sara Gatti, cumplió otro deseo: quitarle el esmalte rojo de las uñas y dejárselas al natural.
Años más tarde, tras el golpe militar de 1955, el cuerpo sería secuestrado, profanado y enterrado en Italia con una identidad falsa. Recién en 1971 pudo ser recuperado por Perón, y fue trasladado definitivamente al Cementerio de la Recoleta en 1976.