

Por Ana Arancedo (*)
La industria audiovisual está inmersa en una profunda transformación impulsada por el usuario, quien hoy ostenta el poder de elegir qué formatos consumir, dónde y cuándo. Esta metamorfosis ha redefinido no sólo los productos y actores, sino también las estrategias de publicidad y la relevancia del contenido profesional en la era de la sobreinformación.
La transición del cine tradicional a las plataformas de streaming ha significado un cambio fundamental en las expectativas de todas las audiencias. Un actor que migra al streaming -o a la inversa, que surge de él- no puede esperar tener la misma audiencia, ya que el usuario decide cómo y dónde ver a ese personaje.
La intervención de las redes sociales ha modificado significativamente los consumos. Ver una película tradicionalmente implica tomarse el tiempo, apagar distracciones y focalizarse en el contenido. En contraste, el streaming se percibe como una charla más espontánea y real, un formato intermedio entre la radio y la televisión, que puede ser consumido mientras se realizan otras tareas (como trabajar, mensajear, ejercitarse o hacer actividades en casa).
La verdadera transformación –y el poder- reside en la capacidad del usuario para tomar la decisión de elegir los formatos que desea ver en una evolución que establece una brecha entre los nativos digitales con aquellos que no lo son, al interior de una lucha contra la sobrecarga.
Las generaciones que crecieron con una pantalla en la mano se enfrentan a un desafío clave: la sobreinformación que genera una velocidad de consumo alarmante. La falta de restricciones en la cantidad de contenido que se consume borra cualquier límite.
En las redes sociales, la tendencia es pasar y pasar el contenido rápidamente, sin detenerse a mirar. Si un video o reel no atrapa al usuario dentro de los primeros cinco segundos, es ignorado. Esta sobrecarga informativa corre el riesgo de “pudrir la cabeza a la gente” y también a que el trabajo arduo detrás del contenido no sea valorado.
En contraposición, también se abren ventanas de oportunidad para aquellos profesionales que ya trabajan en conjunto con las redes sociales, armando unidades digitales. La comprensión del formato social media, tanto desde la perspectiva de usuario como de ejecutor, permite generar un impacto directo en la audiencia. Si bien hubo un cambio muy grande, la industria se ha amoldado a ser parte de esta evolución, considerándola más una transformación interna que un cambio negativo.
Las redes sociales se han consolidado como un actor de relevancia, pero la calidad de producción sigue siendo un punto de diferenciación fundamental. El contrapunto que propone el amateur no compite con las producciones profesionales, existe un elemento crucial que no es comparable con un influencer: el ojo del narrador fílmico, la persona que estudió, sabe de cine y trabaja en el rubro.
El contenido de un influencer es otro tipo de formato, otra forma de trabajo y con una perspectiva distinta sobre lo que se quiere contar. La oposición más visible destaca en los aspectos técnicos, en el profesional audiovisual hay un ojo entrenado, que es el resultado directo de haber intervenido en la industria cinematográfica. Y si bien ambos trabajos son distintos, es posible trabajar en conjunto con esta realidad sin cerrarse a la extinción. Con el aporte de cada formato acorde a los medios de circulación de ése contenido.
Sin embargo, hoy el contexto socioeconómico empuja al reduccionismo del gasto. Recurrir a influencers o creadores de contenido esperando obtener un resultado similar al de una producción profesional es algo imposible de encontrar. Este aspecto cambia los resultados de la narración, empobreciendo los resultados.
(*) Productora y directora audiovisual.