

La Plaza Japón, en el corazón de Burzaco, se convirtió con los años en un punto de encuentro que va mucho más allá del deporte. Allí, bajo los árboles y entre los sonidos de las pelotas rebotando, un grupo de vecinos encontró un refugio, un lugar donde la rutina se detiene y el barrio se siente más unido. Pero ese mismo espacio que tanto los contiene hoy atraviesa un deterioro que amenaza con hacerlo desaparecer.
Los protagonistas de esta historia son los “chicos de la Japón”, una comunidad de básquet callejero que, sin sponsors ni ayuda oficial, se las ingenia para mantener viva la pasión por el juego. Son pibes y pibas de Burzaco, pero con asistencia de gente de Claypole, Guernica e incluso de la Ciudad de Buenos Aires, que llegan cada tarde a la plaza con una misma idea: compartir, entrenar y darle vida al barrio.
#AlmiranteBrown🏀 En Burzaco, los “chicos de la Japón” mantienen con su propio esfuerzo la cancha donde entrenan y contienen a pibes del barrio.
— ANDigital (@ANDigitalOK) October 15, 2025
El piso está roto, se inunda con cada lluvia y el municipio no responde.#Burzaco #BásquetCallejero
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“Nosotros abrimos las puertas a todos, no importa de dónde vengas”, cuentan en un video que circula en redes. Esa frase resume su espíritu: un grupo que se formó por amor al básquet y se consolidó como una red de contención para chicos y chicas que buscan un lugar donde sentirse parte.
Sin embargo, la cancha donde entrenan y organizan torneos comunitarios está en condiciones críticas. El piso tiene desniveles y grietas que ponen en riesgo la seguridad de quienes juegan. Los tableros están gastados, los aros flojos, y cada vez que llueve, la superficie se inunda por completo, volviendo imposible cualquier actividad.
A pesar de eso, no bajan los brazos. Son ellos mismos quienes ponen plata de su bolsillo para arreglar lo que pueden: compran pintura, cambian los aros, limpian la zona y hasta organizan colectas entre los vecinos. Lo hacen con orgullo, pero también con cansancio. “Queremos cuidar lo que amamos, pero solos no alcanza”, repiten.
La plaza no es solo un lugar de entrenamiento. Detrás hay una escuela, y muchos de los chicos usan la cancha para hacer deporte durante el horario escolar. También se acercan familias, vecinos mayores, y curiosos que se quedan mirando los partidos improvisados de los fines de semana. Es un espacio social, cultural y deportivo que creció de la mano de la comunidad, sin ayuda del Estado.
Uno de los momentos más emotivos se vivió en su último evento comunitario, donde participaron emprendimientos y marcas locales como Polaco Burger y Nakama MJ, que apoyaron la jornada con premios, sorteos y donaciones. Ese día se respiró espíritu barrial: música, juegos, comida, camisetas, chicos riendo y la sensación de que, a pesar de todo, el esfuerzo colectivo sigue dando frutos.
Con el tiempo, los “chicos de la Japón” armaron su grupo de WhatsApp y una cuenta de Instagram (@plazajapon.oficial), donde publican fotos de las mejoras, los entrenamientos y los torneos que organizan. Ahí también muestran los problemas que enfrentan: el piso agrietado, el agua acumulada, los tableros rotos. Todo lo que piden es ser escuchados.
“No queremos que nos regalen nada, solo que nos den una mano para arreglar la cancha”, explican. El reclamo no es nuevo: ya elevaron notas y pedidos al municipio de Almirante Brown, pero hasta ahora nadie se acercó a dar una respuesta.
Mientras tanto, siguen entrenando igual. Algunos llegan después del trabajo, otros después de la escuela. Se ríen, comparten mate, se pasan la pelota y sueñan con que algún día su plaza vuelva a estar en condiciones. “Esto no es solo una cancha, es nuestra segunda casa”, dice uno de los jóvenes mientras señala el piso lleno de grietas.
Esa “segunda casa” que levantaron entre todos hoy pide ayuda. No se trata solo de cemento o pintura: se trata de mantener vivo un espacio que une, contiene y transforma. Los vecinos lo tienen claro. Lo que falta ahora es que el municipio también lo entienda.