

Acaba de estrenar en Teatro del Pueblo la obra La lógica de la culpa, de Corina Fiorillo, con actuaciones de Gustavo Pardi y Roberto Vallejos.
Las funciones son los sábados a las 17 horas y las entradas pueden adquirirse a través de Alternativa o en la boletería de la sala, Lavalle 3636.
Dos amigos se reencuentran por casualidad luego de 27 años sin verse. A partir de este encuentro todo en sus vidas va a cambiar.
Nada volverá a ser igual. Un hecho del pasado caerá con la fuerza de lo oculto sobre ellos.
“La lógica de la culpa nace de una pregunta : ¿qué lugar ocupa la verdad en nuestras vidas? ¿Existe la verdad como algo concreto y real? ¿O siempre es un concepto relativo? Me atrajo hablar de las miradas del pasado y como cada uno reconstruye su propia historia”, revela Fiorillo.
“Y también me fui preguntando a medida que escribía si era todo la construcción de una certeza, o apenas una construcción que vamos tejiendo con recuerdos y silencios”, acota la dramaturga y directora.
En igual tenor, reflexiona: “Es un gran tema definir la verdad como algo concreto o como algo relativo , siempre cambiante, moldeada por el tiempo y por lo que necesitamos creer”.
“Escribir esta obra, mi primer dramaturgia no escrita en grupo, fue entrar en un territorio donde las preguntas, la memoria, los hechos, la culpa y la verdad se confunden como en un sueño que insiste en repetirse”, puntualiza.
Así las cosas, reconoce que “fue un desafío el visualizar como un hecho de tu vida pasada, puede volver a caer sobre vos muchísimos años más tarde sin previo aviso y anclar nuevamente todo a ese instante del pasado”.
“Los personajes hablan desde ese borde: intentan decir lo que callaron, reconstruir lo que ya no puede cerrarse. Encontrar una salida. Creo que un solo hecho, una sola decisión en la vida de alguien, puede modificarlo todo para siempre y retornar sin previo aviso en un gesto, en un olor o en una palabra”, desliza Corina Fiorillo.
Finalmente, asever que “La lógica de la culpa explora justamente ese regreso inevitable, ese nudo que no se desata y que, al reaparecer, obliga a mirar lo que dejamos atrás. No busco respuestas, ni absoluciones. Me interesa mostrar la fragilidad de la memoria y cómo el silencio también habla. Quizás el teatro sea ese lugar donde lo indecible encuentra cuerpo, aunque sólo sea para recordarnos que hay cosas que nunca terminan de irse”.