Por María Eugenia Cossini (*)
Vivimos rodeados de ruido: pantallas, palabras, exigencias. Nos preocupa que los chicos se aburran, pero tal vez en ese silencio empiece algo valioso. El pensamiento. La creatividad. La calma.
Silencio.
Una palabra que hoy parece incómoda.
Los adultos corremos de reunión en reunión, de mensaje en mensaje. Los chicos saltan de estímulo en estímulo. La casa, la escuela, la calle: todo habla, todo exige, todo suena.
Pero el desarrollo humano necesita algo que escasea: pausas.
Espacios sin contenido, sin respuesta inmediata, sin entretenimiento programado. Porque ahí —en el aparente vacío— nace lo más importante: el pensamiento propio.
El cerebro infantil y adolescente no se fortalece solo con información, sino también con tiempos para digerirla. La neurociencia lo dice claro: el silencio y el descanso mental favorecen la consolidación de la memoria, la autorregulación emocional, la creatividad.
Y sin embargo, llenamos cada minuto. Les damos pantallas “para que no se aburran. Llenamos vacíos con palabras, con ruido, con ocupaciones.
¿Y si el aburrimiento no fuera un enemigo?
¿Y si el silencio fuera una puerta?
Educar también es sostener la pausa
• No responder de inmediato.
• No llenar todos los huecos del día.
• No dar todas las respuestas.
Dejar espacio. Para que piensen. Para que escuchen. Para que respiren.
El mundo ya es bastante ruidoso.
Tal vez lo que más necesitan los chicos —y también nosotros— es alguien que se anime a enseñar, simplemente, a estar en silencio.
(*) Educadora. Especialista en Neurociencias e innovación