Cada 8 de diciembre, además del clásico armado del arbolito, miles de familias participan de una de las celebraciones más arraigadas del calendario religioso: el Día de la Inmaculada Concepción, una fecha que invita a renovar la devoción a la Virgen María. En distintos puntos del país, muchas personas se acercan a templos o levantan un pequeño altar en casa para dedicarle una oración y encender una vela como símbolo de gratitud y pedido de acompañamiento.
Esta fecha recuerda la creencia de que María, madre de Jesús, fue concebida libre de pecado original. Ese dogma, afirmado por la Iglesia católica en el siglo XIX, se transformó con el tiempo en una costumbre muy presente en los hogares argentinos, donde la figura de la Virgen ocupa un lugar significativo tanto en lo espiritual como en lo cultural.
Para quienes siguen esta tradición, el gesto de encender una vela este lunes tiene un sentido especial. El color elegido no es un detalle menor: el blanco se asocia con la pureza y la calma; el celeste, con la esperanza y lo celestial; y el violeta, con la introspección y la preparación propia del tiempo de Adviento. Cada tono expresa una intención distinta y acompaña tanto pedidos personales como agradecimientos.
Además de la vela, muchas personas optan por dedicar una oración breve pero significativa. Una plegaria popular para este día dice: “Virgen María, te pido que ilumines mi camino, me des fortaleza y bendigas a mi familia. Que tu gracia nos acompañe y nos proteja en cada paso. Amén.” Esta oración suele leerse antes de encender la vela o al finalizar el armado del arbolito, integrando la tradición religiosa con el clima festivo de diciembre.
Con celebraciones en parroquias, encuentros familiares y gestos íntimos de fe, el 8 de diciembre marca el inicio simbólico del tramo final hacia la Navidad. Una fecha que combina espiritualidad, costumbre y el deseo de empezar el nuevo año con energía renovada.