domingo 21 de diciembre de 2025 - Edición Nº4292

Interés general | 21 dic 2025

Fin de año

Fiestas, brindis y salud: el impacto del alcohol en el organismo

La bebida comienza a actuar en el organismo desde el primer sorbo. Una especialista detalla sus efectos inmediatos y acumulativos y explica por qué incluso consumir poco deja huella.


Brindis que se encadenan, encuentros que se multiplican y sobremesas que se estiran hasta entrada la madrugada: durante las Fiestas, el consumo de alcohol se dispara. Pero mientras afuera todo invita a celebrar, por dentro el cuerpo pone en marcha una serie de reacciones que muchas veces pasan inadvertidas 

¿Qué ocurre realmente cuando bebemos? ¿Qué efectos inmediatos se activan en el organismo y cuáles se van acumulando, lenta y silenciosamente, con el paso de los años? Para entender ese recorrido —del cerebro al hígado, pasando por el corazón, el sistema inmune y hasta el sueño—, una especialista del Hospital Universitario Austral aporta evidencia médica y una advertencia clara: no existe un nivel de consumo de alcohol que pueda considerarse seguro.

“Químicamente, el alcohol es etanol: una molécula muy pequeña y soluble que los tejidos absorben con facilidad. Esa misma propiedad le permite atravesar sin dificultad todas las membranas de nuestras células, incluso la barrera hematoencefálica que normalmente protege al cerebro”, explica Evelyn Álvarez, licenciada en Nutrición del Hospital Universitario Austral. Y advierte que el problema no es solo el etanol en sí, sino también su primer producto de degradación en el hígado —es decir, la primera sustancia en la que el hígado transforma el alcohol para poder metabolizarlo—, el acetaldehído, una sustancia tóxica y cancerígena.

Lo cierto es que, ya a partir del primer sorbo, el alcohol se absorbe con rapidez, pasa a la sangre y comienza a recorrer el organismo en cuestión de minutos. Desde ese momento, distintos órganos empiezan a recibir su impacto casi de manera simultánea. Algunos efectos aparecen de inmediato; otros se instalan de forma progresiva con el consumo repetido. A continuación, la profesional pormenoriza este trayecto interior por muchos desconocido.

Del primer sorbo al sistema nervioso central

“En unos diez minutos, el alcohol ya puede alcanzar el cerebro, aunque la concentración máxima suele darse un poco más tarde. Una vez allí, enlentece la comunicación entre las neuronas”, detalla Álvarez, advirtiendo que, en el sistema nervioso central, actúa como un depresor. Esa interferencia explica la desinhibición social, la euforia leve, la disminución de los reflejos y la dificultad para concentrarse o pensar con claridad. 

Con mayor ingesta, se suman la inestabilidad, la alteración del equilibrio y la pérdida de coordinación típica de la embriaguez. “En dosis más altas puede incluso provocar confusión, pérdida de memoria y, en situaciones extremas, coma etílico”, advierte la experta. El alcohol interfiere en los circuitos cerebrales que regulan el movimiento, la memoria y el autocontrol, destaca. Por ese motivo aparecen la visión borrosa, la menor capacidad de atención, los reflejos más lentos y las conductas impulsivas. 

El hígado, bajo presión

El aparato digestivo acusa los efectos casi en simultáneo. En el estómago, el alcohol irrita la mucosa y favorece la aparición de gastritis. Pero es en el hígado donde se realiza la mayor parte del trabajo. “Allí se metaboliza casi todo el alcohol ingerido. Las enzimas hepáticas lo convierten en acetaldehído, luego en acetato y finalmente en energía o lo eliminan. Pero estas enzimas se saturan ante concentraciones muy elevadas, acumulándose el alcohol en sangre”, explica Álvarez. Este esfuerzo repetido puede derivar con el tiempo en enfermedades como esteatosis hepática, hepatitis y cirrosis, cuyo riesgo aumenta con la continuidad del consumo.

Corazón, defensas y otros sistemas involucrados

El sistema cardiovascular también se ve impactado. “El alcohol está asociado con el aumento de la presión arterial y, en consecuencia, con un mayor riesgo de hipertensión”, indica la nutricionista. Además, incrementa la probabilidad de arritmias y de diversas enfermedades cardiovasculares. El sistema inmune, mientras, responde con menos eficacia incluso ante consumos bajos. “Se ha visto que el alcohol altera la actividad de los glóbulos blancos y las señales de inflamación, lo que reduce la capacidad del organismo para enfrentar infecciones”, explica la licenciada.

A largo plazo, el consumo sostenido aumenta el riesgo de cáncer de boca, esófago, hígado, mama y colon, deterioro cognitivo, neuropatías, trastornos digestivos y problemas de salud mental. También produce efectos menos conocidos: “Aunque al principio induce somnolencia, el alcohol disminuye la calidad del sueño profundo y puede generar despertares frecuentes. Además altera la microbiota intestinal, debilita los huesos y dificulta la absorción de nutrientes como la vitamina B1, el ácido fólico y el magnesio”, añade la experta.

Diferencias entre personas, mitos frecuentes y señales de alerta

Una misma cantidad de alcohol no afecta a todas las personas por igual. “En las mujeres los efectos suelen ser más intensos porque, en promedio, tenemos menor actividad de la enzima que lo degrada, lo que aumenta su concentración en sangre”, explica Álvarez. A esto se suman factores como el peso, la edad, la genética, la alimentación y el uso de medicamentos.

Beber con el estómago vacío sí potencia los efectos. “El alcohol pasa más rápido al intestino delgado, donde la absorción es mucho mayor. Esto acelera su llegada a la sangre y aumenta la embriaguez”, señala.

Sobre el mito de que una copa de vino es saludable, la licenciada es contundente: “Esa idea surgió a partir de estudios antiguos, pero la evidencia más reciente muestra que cualquier beneficio potencial no justifica los riesgos del alcohol. Hoy sabemos que no existe un nivel seguro de consumo”. 

Tampoco importa si se trata de vino, cerveza o destilados: “La sustancia nociva es siempre el etanol; lo que cambia es la concentración”.

Las señales de alerta incluyen dificultad para recordar lo que ocurrió al beber, necesidad de consumir más para sentir los mismos efectos, cambios de ánimo, problemas digestivos frecuentes, hipertensión y alteraciones en los análisis clínicos.

Recomendaciones para transitar las Fiestas con cuidado

De cara a las celebraciones de fin de año, Álvarez recomienda no asociar el alcohol con la idea de relajación, y sugiere reemplazarlo por actividades recreativas o sociales que fomenten el bienestar sin que la bebida sea el eje. 

También señala que, en el caso de elegir beber alcohol en estas fiestas, es importante hacerlo de manera responsable y limitada, alternar con agua, evitar hacerlo con el estómago vacío, y por supuesto, abstenerse por completo durante el embarazo, la adolescencia, al conducir o al tomar ciertos medicamentos. “Cada copa cuenta. El impacto puede ser pequeño al principio, pero el riesgo se acumula con el tiempo. El cuerpo, en definitiva, siempre se beneficia más de no beber”, concluye la especialista.

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