lunes 22 de diciembre de 2025 - Edición Nº4293

Política | 22 dic 2025

Opinión

Dicen que no hay oposición, pero brotan candidaturas inesperadas

El reflejo automático suele ser ningunear, sospechar o descalificar al que emerge. Existe otra opción —más difícil, pero más fértil—: escuchar antes de juzgar. No para aplaudir todo, sino para entender qué trae cada uno y qué falta en cada caso.


Por Federico González (*)

El escenario y sus actores

En los pasillos de la política se repite un mantra: “no hay oposición”. Sin embargo, el panorama hacia 2027 empieza a contradecirlo. En poco tiempo aparecieron nombres que, cada uno a su modo, abren conversación: yo mismo (que anuncié mi candidatura en noviembre), Dante Gebel (quien dejó entrever que no lo descarta), Marcos Galperín (mencionado por terceros pese a negar interés) y Esteban Bullrich (que expresó intención, aunque sujeta a atendibles condiciones personales y familiares).

En Argentina, el reflejo automático suele ser ningunear, sospechar o descalificar al que emerge. “¿Y este a quién le ganó?”, “¿a este quién lo conoce?”, “¿ese de dónde salió?”: argentinismos típicos que no describen una idea, sino una sentencia cancelatoria prematura. Existe otra opción —más difícil, pero más fértil—: escuchar antes de juzgar. No para aplaudir todo, sino para entender qué trae cada uno y qué falta en cada caso.

Como consultor político que observó durante años el comportamiento electoral argentino, propongo mirar algo más profundo que la coyuntura: cómo cada figura transita el pasaje desde la intención hasta la acción, desde el deseo hasta la decisión pública. Porque detrás de cada nombre hay una historia distinta sobre el arte —o la inercia— del decidir.

Esteban Bullrich: la voz desde la adversidad

Esteban Bullrich habla desde un lugar singular: la adversidad. Su lucha estoica contra la ELA le otorga una autoridad moral difícil de discutir y, al mismo tiempo, lo sitúa ante condiciones personales reales. En entrevistas recientes expresó su voluntad de competir, pero también dejó claro un punto central: su familia tendrá la última palabra.

Eso no debería leerse como debilidad, sino como jerarquía de valores: primero los afectos, después las ambiciones, por más loables que sean. En un país acostumbrado a dirigentes que sacrifican todo por poder, Bullrich propone algo distinto: una política que no destruya lo más preciado para alcanzar lo más ambicionado. Y eso, en términos simbólicos, tiene un peso A esto se suma un elemento político clásico: Esteban Bullrich no es “solo una historia personal”.

Tiene una trayectoria pública significativa y experiencia institucional, y puede dialogar con un electorado que valora la moderación, la escucha sincera y cierta idea de unidad nacional. Su perfil tiende a correrse del griterío y la pelea identitaria: no promete “arrasar” con el adversario, sino reconstruir un marco de convivencia. En una Argentina exhausta, esa ética puede ser, paradójicamente, una novedad.

Hay algo más: por su historia y tono, Bullrich puede representar una forma de oposición no reactiva, menos hecha de contra-enemigos y más hecha de propósito. Aunque eso no garantiza eficacia, sí marca una dirección: volver a poner en el centro la pregunta por el tipo de país —y de vínculo social— que queremos reconstruir. En un clima de hiperpolarización, ese aporte puede ser valioso incluso antes de definir una candidatura formal.

Pero su caso tiene una tensión más simple —y más justa—: el pasaje del deseo a la decisión explícita. Hasta ahora su mensaje está dicho en clave de intención, con condiciones entendibles.

Lo que falta no es virtud ni coraje: falta el momento político en que la voluntad se vuelve acto y se sostiene con una agenda propositiva explícita. Y ahí aparece la pregunta lemental: ¿convertirá esa voluntad valiosa en un “sí” claro, con un marco de prioridades y propuestas que le permita entrar de lleno en el debate de 2027?

Dante Gebel: carisma, base social y el dilema del “todavía”

Gebel tiene algo que la política argentina suele envidiar: capacidad de convocatoria, un lenguaje emocional que conecta con públicos amplios, y una identidad pública consolidada entre fe, cultura popular y comunicación. Si decidiera competir, su candidatura podría capturar el voto de quienes buscan renovación sin caer en la guerra permanente.

Su fortaleza es doble. Por un lado, dispone de una infraestructura cultural y comunitaria: audiencias fieles, redes, presencia territorial informal, y un tipo de vínculo afectivo que la política profesional suele perder. Por otro, tiene un registro discursivo que evita el colmillo de la grieta: suele hablar de valores (decencia, superación, familia, esperanza) con un tono que no necesita humillar al otro para encender convicción. En términos electorales, eso puede funcionar como puente transversal: gente que no se banca la agresión, pero tampoco quiere resignarse a lo de siempre.

Pero, en mérito a la ecuanimidad, también hay un punto político que vale mencionar: el salto del carisma a la política nacional requiere algo que no es “gestión técnica” sino proyecto de país. Gobernar no es solo emocionar: es ordenar prioridades, definir un rumbo, decidir qué se hace primero y qué se deja para después, y sostener una narrativa que explique costos y beneficios.

El carisma abre puertas; pero es el proyecto el que le da dirección a esa energía. En ese sentido, si Gebel diera el paso, necesitaría complementar su potencia convocante con una propuesta de país explícita —un mapa de destino, no solo un vector de esperanza.

Recientemente, en una entrevista con Mario Pergolini, Dante Gebel señaló: “Si me preguntabas hace dos años te decía que no. Vos sabés que estoy muy cómodo allá, cómodo financieramente, estable. Puedo ayudar, puedo hacer los programas desde allá. No tengo necesidad, no iría ni por el cobre, ni por el dinero, ni por el bronce. Por eso hace dos años, te decía no, ni loco... Hoy, no lo descarto”.

Su límite entonces, por ahora, no es el valor potencial de su eventual candidatura, sino el modo retórico con que ésta aparece enunciada. Decir “no lo descarto” mantiene abierta la puerta, pero no la cruza. Y lo interesante es que él mismo describe esa transición con una franqueza poco común, al comparar su postura de hace dos años con la de hoy: Esa frase es clave porque muestra exactamente el lugar psicológico y político del “todavía”: no es auténtico deseo coloreado por una pasión hacedora, sino una puerta que se abrió por ética de responsabilidad (o, en todo caso, por una percepción epocal). Pero, aun así, “no lo descarto” sigue siendo un modo de permanecer en el umbral: habilita conversación pública, aunque sin asumir todavía el costo total de una decisión.

Esto no es una condena; es un diagnóstico. Muchos líderes legítimos dudan antes de entrar a un terreno que devora reputaciones. Pero mientras ese paso no se vuelva una decisión clara —  acompañada por un proyecto de país mínimamente formulado—, la eventual candidatura de Dante Gebel continuará existiendo parcialmente en el deseo de audiencias y promotores, más que en un compromiso personal asumido con la ciudadanía.

Marcos Galperín: el candidato poderoso que algunos imaginan

Marcos Galperín encarna el arquetipo del gestor exitoso que, en teoría, podría seducir a un electorado cansado de políticos profesionales. Por eso se lo menciona: porque llena un casillero imaginario. En un país que a veces confunde “capacidad de gestión” con “capacidad de gobernar”, su figura aparece como un atajo mental casi obligado.

A favor juega una reputación fuerte: visión estratégica, escala, ejecución, inserción global, cultura de resultados. Para muchos, simboliza modernidad productiva: tecnología, competitividad, innovación. Y ese símbolo, en un contexto donde el Estado suele asociarse a ineficiencia y la política a espectáculo, resulta magnético: “si pudo administrar algo grande, tal vez pueda ordenar lo demás”.

Además, Galperín no es un empresario “neutro” en la conversación pública: sus opiniones y posicionamientos suelen tener claridad ideológica y generan adhesiones y rechazos. Por eso, cuando aparece como “posible candidato”, no aparece solo por su capacidad de gestión: aparece porque algunos sectores buscan encarnar un rumbo pro-mercado con credenciales de ejecución. Justamente por eso, su negativa pesa: no se trata solo de que “no quiere”, sino de que corta de raíz una expectativa que otros habían armado alrededor de su figura.

Pero ahí aparece el lado B, que no es moralista sino realista: gobernar no es dirigir una empresa. El Estado administra conflictos legítimos, intereses incompatibles, demandas sociales urgentes. Además, la política trae preguntas que al mundo corporativo le son ajenas: ¿cómo se evita la captura del Estado por intereses privados? ¿Cómo se preserva imparcialidad regulatoria? ¿Cómo se construye legitimidad cuando no alcanza con “funcionar bien” sino que hay que “representar”? En otras palabras: incluso si Galperín quisiera (que hoy no parece), su candidatura debería resolver el problema de percepción de conflicto de intereses y de “gobierno para todos”, no solo para un segmento.

El problema inmediato, sin embargo, es más simple: él mismo negó interés. Y eso cambia todo. Una candidatura no puede sostenerse solo con proyecciones ajenas. Sin palabra propia, sin voluntad explícita, lo de Galperín funciona más como un deseo proyectado por terceros que como alternativa real. Esto merece un matiz: no tener vocación política es una decisión respetable. Lo que conviene evitar —para no engañarnos— es confundir el deseo de “que sea” con la evidencia de “que quiere ser”. Cuando la política vive de imaginar “salvadores estratégicos”, suele terminar decepcionada: no por maldad, sino por expectativas mal colocadas.

Federico González: el analista político que cruzó su propio umbral

Psicólogo, profesor universitario, investigador científico-tecnológico y analista político. A diferencia de las demás figuras mencionadas, manifesté una intención firme y explícita de ser candidato a Presidente de la Argentina y la declaré con énfasis en noviembre de 2025.

(Como ya se dijo: hay una diferencia decisiva entre el “candidato posible” y el “candidato real”. El posible flota; el real cruza un umbral. El real paga el costo de existir en público).

Durante años estudié el comportamiento de los líderes desde la mirada del consultor. Hoy doy un paso al frente. En su Ética a Nicómaco, Aristóteles enseñaba que la magnanimidad —la grandeza de alma— es el justo medio entre dos extremos: la vanidad de quien se estima más de lo que vale y la timidez de quien se valora menos de lo que merece. Mi decisión no es un impulso: es el resultado de un análisis estratégico profundo, sostenido en certezas y en una pregunta que no admite evasivas: si no es ahora, ¿cuándo? Si no soy yo, ¿quién?

No tengo detrás una estructura partidaria tradicional ni un contrato previo con aparatos. En esta etapa eso es una ventaja: libertad para pensar y libertad para proponer, sin pagar peajes de origen. Y mi aporte central no es un gesto, sino un método: cadena causal (problema → causas → intervención → medición → corrección). La Argentina necesita menos teatro de ilusiones y más ingeniería de soluciones. 

Y hay un dato concreto: soy una máquina de elaborar propuestas. No por amor al papel, sino por respeto a la realidad. De hecho, estoy terminando de escribir mi libro “Cien propuestas para la Argentina que viene”, donde busco ordenar —con sentido de ejecución— un proyecto de país que no se quede en consignas: que baje a medidas, prioridades y secuencias posibles. Ese libro funciona para mí como un compromiso público: si pido ser escuchado, tengo que mostrar material, no solo intención.

En pocas semanas delineé un paquete de ejes con un hilo conductor: educación que produce creación; creación que produce emprendimiento; emprendimiento que produce crecimiento.

En concreto, entre otras propuestas más o menos elaboradas, en apenas 45 días ya presenté:

• Revolución educativa (Sarmiento, siglo XXI): IA en la escuela con criterio, educación financiera para autonomía real, y emprendedorismo como competencia práctica (no como eslogan vacío). Enfoque STEM (modelo integral de educación que fomenta: Science (Ciencia), Technology (Tecnología), Engineering (Ingeniería), Arts (Arte) y Mathematics (Matemáticas). Aprendizaje basado en problemas (ABP) y Leaning by doing (aprender haciendo).

• Escuelas como Usinas de Ideas: proyectos, prototipos, ferias de inventos, clubes de problemas reales del barrio, y articulación con empresas/ONG/universidades para transformar aula en laboratorio social.

• Modelo dual de crecimiento económico: un modelo Top-Down (de arriba en derrame hacia abajo) que estabilice y atraiga inversión productiva (necesario pero perfectible; necesario pero insuficiente), pero complementado con un modelo Bottom-Up activo (de abajo hacia arriba) que forme un ejército de jóvenes emprendedores capaces de exportar talento y servicios al mundo.

• Políticas de empoderamiento para madres jefas de hogares vulnerables: no abrazo simbólico, sino auténticas políticas públicas que alivien cargas, reduzcan riesgo y protejan trayectorias evolutivas de niños y adolescentes (cuidado, empleo, prevención, redes comunitarias). Es decir: Capital Humano, pero de verdad.

• Benchmarking creativo: importar y adaptar buenas prácticas globales (i.e. “cómo lo solucionaron en otros países”), con traducción local y medición de resultados para todas las áreas relevantes de gestión gubernamental: salud, educación, desarrollo económico, seguridad, medio ambiente, justicia, etcétera)

• Desarrollismo inteligente del siglo XXI: Estado con capacidades estratégicas esenciales para el apalancamiento óptimo, tanto de un desarrollismo de base estructural (desarrollismo clásico que fomenta la infraestructura y la industria), como un desarrollismo de foco, orientado al apalancamiento virtuoso de células barriales, clusters y hubs científico-tecnológicos y productivos.

Mi eslogan en esta etapa preliminar es claro: “No le pido a nadie que me vote, pero sí le pido a todos que me escuchen.” Porque la Argentina no necesita hipnosis: necesita conversación adulta. Y yo no vengo a pedirte fe: vengo a pedirte criterio.

El arte de la decisión

A modo de corolario de lo dicho hasta aquí, si afinamos la lupa, no estamos frente a una simple “ausencia de oposición”, sino ante un fenómeno más sutil: la inercia de candidaturas que parecen preferir navegar el mar del suspenso. Personas con capacidades reales quedan atrapadas en una zona gris, entre el deseo y el costo: quieren incidir, pero vacilan ante el precio de exponerse. No les falta vocación; les sobra cálculo. Y en política, como en la vida, cuando el cálculo se vuelve refugio, el futuro se posterga.

Así, aquel koan zen inquiría: “Cuando una mano aplaude, ¿cuál es su sonido?” Aplicado a esta escena: hay manos que se levantan con cautela, manos que dejan puertas entreabiertas, manos que otros agitan en su lugar... y una mano que decide aplaudir: existir políticamente.

Decidir no es gritar más fuerte. Decidir es más simple —y más caro—: decir “sí” o “no” y sostenerlo, con la exposición que eso implica. En política, el timing importa, pero más importa lo que viene después: agenda, equipo, consistencia y trabajo.

La paradoja de la claridad

Existe una paradoja que aprendí observando campañas: muchas veces, cuanto más visible el nombre, más ruido produce; cuanto más concreta la propuesta, menos se comenta. Es un riesgo de época: la política puede confundirse con pura visibilidad.

No lo digo como queja. Lo digo como advertencia cívica: en un país que necesita liderazgo claro, la vaguedad puede fabricar expectativa... pero también puede fabricar frustración.

Y acá vale otro koan (sin literalidad, pero con sentido): “Si tu yo anterior no te suelta, el nuevo no nace. Hacé lugar: abrazá al que viene.” El consultor que analiza desde afuera sirve hasta un punto. Después hay que cruzar el umbral y hacerse cargo.

Conclusión: el sonido de la decisión

Entonces, ¿no hay oposición? Claro que hay. Hay voces, ideas, deseos, capacidades. Y eso, en democracia, siempre es una buena noticia.

Pero hay una distinción fundamental: ser un candidato real no es lo mismo que ser candidato posible.

Esteban Bullrich expresa una voluntad valiosa, con condiciones humanas comprensibles y un orden de prioridades explícito: la familia y la vida real antes que la ambición. En su caso, el interrogante no es moral, sino operativo: ¿podrá traducir esa convicción en un “sí” sostenido, con equipo, agenda y ritmo de campaña?

Con Dante Gebel aparece una escena distinta: el paso del “no” enfático al “quizás”, en algún momento. Él mismo lo describió con claridad: hace dos años decía que no —porque estaba cómodo, estable, sin necesidad— y hoy afirma: “no lo descarto”. Esa frase, tan humana como política, deja la puerta entreabierta: habilita conversación y expectativa, pero todavía no cruza el umbral de la decisión explícita.

Marcos Galperín, en cambio, representa el caso inverso: no es que dude; es que niega interés, mientras otros lo imaginan por lo que simboliza (gestión, modernidad productiva, ejecución). Ahí conviene evitar el autoengaño: una candidatura no se construye solo con proyecciones ajenas. Sin voluntad propia, resulta apenas una posibilidad narrada por terceros.

En contraste, yo ya transformé la intención en declaración. No me presento como salvador: sí como alguien que decidió actuar y poner ideas a prueba —y que, además, está terminando de ordenar ese trabajo en un programa escrito, “Cien propuestas para la Argentina que viene”, justamente para que el debate sea sobre contenidos y secuencias operativas, no sobre humo insustancial.

Y ahora la pelota no es solo de los candidatos: también es de la sociedad —y de los medios—. La pregunta que conviene hacerle a cualquiera que suene para 2027 no es “¿te gustaría ser presidente?”, sino algo más adulto: ¿estás dispuesto a existir como tal? ¿A pagar el costo de decirlo? ¿A sostener una agenda propositiva? ¿A trabajar en pos de gobernar los destinos de este bendito país?

Yo ya lo estoy haciendo. Por eso cierro igual que anticipé: “No te pido que me votes”. Te pido algo previo, más honesto y más exigente: “escuchame, discutime, contrastame”. Y después sí: ¡Decidí!


(*) Candidato a Presidente 2027. Francotirador de ideas. Analista y consultor político. Psicólogo. Apasionado de la neurociencia y la IA. Aprendiz de poeta.

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