

Estamos culminando el mes de la miopía. Se lo eligió por la muerte de Jorge Luis Borges, pero son millones las personas que padecen esta afección, la cual está entre las 12 causas más frecuentes de ceguera.
Al igual que Schubert, Quevedo, Unamuno, María Callas y Greta Garbo, el 30 % de la población mundial es miope. Si continúa el aumento de la incidencia como ha ocurrido después de la pandemia, se estima que para el año 2050 ese porcentaje podría llegar al 50 %. Estos valores adquieren más relevancia cuando se sabe que en Estados Unidos en 1928 el porcentaje de miopes no llegaba al 10 por ciento.
¿Qué hay detrás de este aumento en la incidencia? Un cambio de hábitos. Los niños pasan menos horas al aire libre y más tiempo frente a una pantalla. Esto estimula un esfuerzo continuo de los músculos intraoculares encargados de la acomodación y convergencia, lo que promueve un alargamiento del globo ocular.
Este alargamiento –que es en esencia lo que define la miopía, un aumento de la longitud del ojo– no solo provoca un cambio refractivo, es decir, la necesidad de aumentar la graduación en anteojos o lente de contacto, sino que también conlleva afecciones adicionales como aumento de la incidencia de cataratas, glaucoma, desprendimiento de retina y cambio maculares (estas dos últimas condiciones son las que ocasionaron la ceguera de Borges).
Lo importante para señalar en este mes de la miopía es que, hoy en día, podemos anunciar con entusiasmo que es posible frenar su evolución. Al comprender que este es un proceso biológico y entender los mecanismos que generan esta patología, los médicos pueden intervenir para retrasar su evolución y llegado el momento hasta revertirla con cirugía.
En primer lugar, se conocen mejor los mecanismos genéticos que influyen en su evolución. Aunque la ingeniería genética aún no está disponible para tratar la miopía, es una herramienta que cada día es mejor comprendida y accesible.
En segundo lugar, es fundamental que los niños pasen más tiempo jugando al aire libre en lugar de estar encerrados mirando la pantalla de un celular.
En tercer lugar, podemos alterar el reflejo de acomodación y convergencia usando gotas dilatadoras (atropina diluida) que paralizan al músculo ciliar (así se llaman los músculos intraoculares) evitando esa tendencia a la elongación del ojo.
Por último, se ha descubierto que con el desenfoque de las imágenes que llegan a la periferia de la retina se evita la evolución de la miopía. Estos anteojos o lentes de contacto deben tener una prescripción especial y requieren un estricto control oftalmológico, con exámenes periódicos de la retina y la longitud axial del ojo.
Por todo esto, es esencial que los niños sean controlados desde la infancia y que esta afección sea tratada por un médico especializado, quien orientará sobre las opciones saludables, la prescripción de lentes especiales, las mediciones precisas con las que se puede estudiar la evolución de la miopía y también indicará el momento en que sea posible operar con láser o lentes fáquicos cada caso en particular.
Por estas razones, desde el CAO (Consejo Argentino de Oftalmología) y CAMEOF (Cámara de Medicina Oftalmológica) se promovió este mes de concientización de la miopía como una enfermedad ocular cuyo tratamiento va más allá de la prescripción de anteojos. Es un tratamiento que requiere diferentes enfoques y que solo un médico oftalmólogo especialista está en condiciones de tratar.