jueves 05 de diciembre de 2024 - Edición Nº3911

Política | 4 mar 2019

Opinión

Aquí y allá

Salvando los distintos grados de desarrollo de las fuerzas productivas, allá se edificó una gran potencia independiente, capaz de asumir un conflicto (inclusive bélico) con los poderosos países hegemónicos del momento. Acá se adoptó –sumisamente- el modelo agro-exportador. Dos ideas, dos comportamientos históricos: Uno de grandeza, otro de pequeñez.


Por Adolfo Lupinucci (*)
Especial para ANDigital

 

En 1897, el general Ulises S. Grant, vencedor militar en la Guerra de la Secesión (1861-1865) entre los Estados Confederados y los de la Unión y dos veces presidente de los Estados Unidos, fue invitado a una reunión de economistas celebrada en Manchester (Gran Bretaña).

Los asistentes, firmes partidarios del sistema de librecambio, cuestionaban las barreras que ponía el proteccionismo al intercambio comercial. Cuando le tocó su turno, el General Grant contestó al auditorio:

“Señores, durante siglos, Inglaterra ha usado el proteccionismo, lo ha llevado hasta sus extremos y le ha dado resultado satisfactorios. No hay duda de que a ese sistema debe su actual poderío. Después de esos dos siglos Inglaterra ha creído conveniente adoptar el libre cambio, por considerar que ya la protección no le puede dar nada. Pues bien, señores, el conocimiento de mi patria me hace creer que dentro de 200 años, cuando Norteamérica haya obtenido del régimen protector todo cuanto éste pueda darle, adoptará definitivamente el libre cambio”.

Esto sucedió en 1897 y la pregunta obvia es: ¿Cómo puede ser que lo que no vieron nuestros lúcidos y brillantes “próceres” (Rivadavia, Alberdi, Sarmiento y Mitre) lo haya visto un militar norteamericano? Seguramente porque éste no estaba contaminado por la ideología importada ni por los intereses de esos mismos importadores. Y menos por un condescendiente espíritu de dependencia.
Entonces retorna –necesariamente- el concepto de “Intelligentsia”.

Recordemos que ese término se refería a una Élite Intelectual. Una Clase Ilustrada, consejera del poder político y obrando en función de los supremos intereses de la Nación.

Pero si esa élite es captada por ideologías extranjerizantes, su pensamiento se transforma en un vocablo despectivo: “Intelligentzia”. Es más que una simple diferencia semántica. Ha mutado a un pensamiento extraviado, enajenado y repleto de sofismas. Así, mientras que la “Intelligentsia” define una cultura nacional, la “Intelligentzia” la niega, extranjerizándola.

La principal diferencia entre las Naciones Soberanas y los Países Coloniales, es que las primeras han podido desarrollar un pensamiento propio (junto a un Poder Militar y un Potencial Demográfico adecuado), mientras que los segundos adoptaron el pensamiento importado. Han sacrificado el interés general frente a las apetencias de una minoría oligárquica socia de la extranjería.

Así mientras los militares americanos defienden los intereses de su Nación. Nosotros cambiamos a nuestra “Intelligencia militar” (los Mosconi, Baldrich, Perón, Mercante y Sabio) por la “Intelligentzia” de los Justo, Aramburu, Onganía, Lanusse y Videla.

O sea los pensantes son reemplazados por los pretorianos, los patriotas por los mercenarios, los conductores por los “condottieri”.

En contraposición el general Grant (integrante de la “Intelligencia” americana) fue más importante como político (dos veces presidente: 1869-1877) que como victorioso jefe militar.

El período Caseros-Pavón (1852-1861) casi fue simultáneo con la Guerra de la Secesión (1861-1865). Ambos conflictos definieron lo mismo. Sólo los triunfadores fueron diferentes.

Allá triunfó el Norte Industrial, sobre el Sur Agro-exportador-esclavista

Acá triunfó el modelo agro-exportador, por sobre la incipiente industria y artesanías.

Salvando los distintos grados de desarrollo de las fuerzas productivas, allá se edificó una gran potencia independiente, capaz de asumir un conflicto (inclusive bélico) con los poderosos países hegemónicos del momento.

Acá se adoptó –sumisamente- el modelo agro-exportador, complementario y conveniente para esos mismos países industrializados. Dos ideas, dos comportamientos históricos: Uno de grandeza, otro de pequeñez.

¿Alguien se imagina al general confederado Robert Edward Lee aliándose con los ingleses (enemigos de su patria) para combatir a la Unión?

Eso fue -justamente- lo que hizo el “prócer” Urquiza. Aliado de nuestro enemigo histórico brasileño, para marchar contra la Confederación Argentina, que debería ser su patria. Él aportó su espada y su faltriquera, sus amigos (Sarmiento y Mitre) las ideas que les acercaban los países hegemónicos y los imperiales los patacones, a los que don Justo resultara tan sensible.

Posteriormente una enésima traición le costó la vida a manos de sus propios generales ya cansados de las reiteradas defecciones y pillerías del entrerriano.

Repasemos algunos otros acontecimientos reveladores:

Cuando se produce la sublevación de “los Libres del Sur”, perjudicados por el bloqueo francés. Estos le manifiestan al gobernador Juan Manuel de Rosas que se les “están pudriendo los cueros”. La respuesta del gobernador fue contundente y ejemplar: “A mí también se me pudren los cueros”.

En su célebre discurso del 7 de marzo de 1871, Mitre muestra, sin tapujos, la obscena dependencia de la Argentina. Se pregunta: “¿Cuál es la fuerza que impulsa el progreso?” y se autoresponde ufano: “Señores, es el capital inglés”.

Así nos han enseñado, con particular empeño, el concepto de “Granero del Mundo” para que lo aceptásemos como si fuera una virtud prodigiosa y revelada. Sólo que se omite maliciosamente (recortado por la zoncería) la otra mitad de la frase. “Inglaterra será el taller del mundo”.

Parafraseando a Richard Cobden quien dijo en 1804, “Inglaterra será el taller mundo y la América del Sur su granja”. (Richard Cobden era un fabricante inglés y estadista radical y liberal. Asociado a dos importantes campañas de libre comercio, la Liga de la Ley Anti-Corn y el Tratado Cobden-Chevalier).

Como se ve la “Intelligencia” inglesa trabajó a destajo y con eficiencia desde el primer momento para defender los intereses del imperio.

Esa frase es la mejor definición del papel que los países centrales asignaban a la Argentina (vergonzosamente aceptado por nuestras sumisas oligarquías de turno). Ser proveedores de materias primas y compradores de productos elaborados.

“Nos compran el cuero barato y nos venden los zapatos caros”. Esos términos tan favorables del intercambio fueron la base del poderío imperial. Les permitió construir una gran Flota de Guerra que dominó los mares por siglos.

Examinemos –ahora- el pensamiento de Stalin: “Rusia tiene destino de gran potencia: Lo fue con el zarismo, con el capitalismo social-demócrata y lo será con el socialismo. Mientras trabajamos para ser poderosos, vamos viendo cómo se organiza ese poderío”. Cuando Stalin nació (en 1878) era hijo de un humilde zapatero remendón, siervo de la gleba recién liberado: cuando muere (el 5 de marzo de 1953) dejó tras él una potencia con armas atómicas. Ese poderío industrial acumulado le permitió –entre otras cosas- triunfar en la Segunda Guerra Mundial. Entonces privó la Nación.

O sea primero están los países reales, luego vienen las ideas propias y por último las personas que las ejecutan.

Hoy a más de 150 años de esos acontecimientos la situación (para nosotros) parece ser similar. Tenemos una conducción política claudicante, una tilinguería que nos “gobierna”, más parecida a Mitre que a Rosas; a la “Década Infame” que a la “Soberanía Económica”. Esclava (y generadora) de una deuda asfixiante que deshonra nuestro pasado glorioso y condiciona el futuro. Además de implicar la renuncia a nuestro Destino Manifiesto y a los Imperativos Categóricos.

¿Seremos capaces de afrontar tan tremendo desafío?

(*) Divulgador histórico
[email protected]

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